COMUNICACIÓN BORROSA
Sentido práctico del periodismo y de la ficción cinematográfica. por
Juan José García-Noblejas
Eunsa, Pamplona, 2000
Sentido práctico en la comunicación pública
Lo que aquí se llama comunicación borrosa tiene el mismo propósito inicial que la lógica borrosa, que no es otro que el dar razón de realidades complejas. Ahora bien, el sentido práctico que la borrosidad toma en el contexto del periodismo y de la ficción audiovisual, no tiene los rasgos científicos y técnicos de la lógica, ni tampoco los de algunas de sus extrapolaciones imaginativas.
Al preguntarnos qué es lo que permite hablar conjuntamente de la creciente variedad de fenómenos de comunicación pública, sean periodísticos o ficticios, pronto se aprecia que todos tratan con acciones que provienen y en todo caso inciden en la libertad de las personas. Este objeto de atención es la clave de la novedad y del interés en la comunicación. Y enseguida salta a la vista que se trata de realidades máximamente complejas, que de suyo resultan inabarcables e inagotables. De ahí que pueda decirse con razón que de entrada resultan borrosas.
El trabajo profesional de conocer y comunicar en torno a esas realidades complejas y borrosas asociadas a la libertad, tiene que ver, al mismo tiempo, con algun tipo de razón verdadera. Esta es la clave de la fiabilidad en la comunicación humana, sabedores de que tenemos capacidad de intercambiar y enmascarar el ser con las apariencias.
La comunicación pública tiene, así, el sentido práctico de producir y ofrecer imágenes que buscan ser variadas y desde luego ajustadas a quienes somos nosotros mismos y a lo que hacemos y nos pasa cuando vivimos para llegar a serlo. Lo menos que puede esperarse de tamaña empresa es que, además de ser apasionante, sus resultados sean borrosos.
¿Se puede hablar sin más, hoy en día, de la razón de verdad? Sí, desde luego: ahí están la filosofía y también los saberes teóricos y técnicos de las diversas ciencias. Pero hay que añadir de inmediato que ese no es exactamente el modelo del cometido del saber puesto en juego con la comunicación pública. Al versar nuestro objeto de conocimiento sobre las acciones libres humanas, entra en juego la razón práctica, y con ella la noción de verdad hecha o verdad práctica. Es decir, la radical noción de bien, ético y político, y las nociones asociadas de belleza y de verosimilitud, en un contexto más antropológico, cultural y sapiencial que científico y técnico. Cuando se hace la verdad, lo que en principio sale es el bien. Algo que de suyo se nos presenta como una conjunción de aspectos que resulta borrosa al integrarlos comunicativamente al mismo tiempo.
Comunicación borrosa, por tanto, pero no de una realidad incognoscible ni indecible proposicionalmente, o inmostrable a través de la narración y el drama. La verdad práctica que está en juego con la comunicación pública es, como dice Alejandro Llano al hablar del humanismo cívico, una verdad buscada, una verdad corregida o correcta. Una verdad práctica que hace frente al relativismo y al escepticismo tanto como al emotivismo que imperan entre nosotros.
No es raro oír decir que los juicios morales que utilizamos en nuestro hablar de todos los días son simples manifestaciones de gustos subjetivos, porque no hay justificación racional para una moral objetiva. Quizá con esa postura sólo se pretende evitar, de modo inconsciente, el riesgo de la indagación que supone salir al encuentro de la realidad, en busca de la verdad. De ahí que, para quienes dicen "no creer" ni en una ni en otra, en muchos caso resulte cómoda la tarea de "construir la realidad" con la misma comunicación que supuestamente habla de ella. Si tal cosa se diera, en ese momento ya no se podría hablar de comunicación, porque entonces ya no cabría que fuera realmente borrosa. Entonces ya no cabría el error, porque -en todo caso- sólo habría lugar para simples erratas. Lo malo es que, sin error, tampoco cabe la verdad. No cabe la aventura de que venimos hablando, la de buscar y hacer la verdad práctica.
Flexibilidad y tolerancia con los errores en la lógica borrosa
Cuando Lotfi Zadeh decidió en 1965 bautizar su teoría lógico-matemática con el nombre de Fuzzy Logic, pensó que esa palabra era más apropiada y precisa que "soft", "unsharp", "blurred" o "elastic" para calificar sus hallazgos sobre el modo de razonar "por aproximación" acerca de realidades complejas. Se trataba de un sistema concebido desde la matemática y la ingeniería electrónica, estaba destinado al mundo digital de las máquinas "inteligentes" y sus aplicaciones industriales. Por ejemplo, su actual desarrollo permite optimizar la búsqueda de palabras o expresiones complejas en textos, utilizando distintos niveles de "flexibilidad" y "tolerancia con los errores".
Supongamos que queremos encontrar en Internet lugares que incluyan el término "Gadafi", o quizá corregir un texto en nuestro portátil, sin saber cómo se deletrea ese apellido. Un primer nivel de búsqueda borrosa atiende solicitudes donde figuran "gadafi / gadhafi / ghadafi / gaddafi", mientras que un segundo nivel añadiría dos nuevas variantes: "gaddhafi / ghadaffi". Se trata de una aplicación que sin duda habrá aplaudido Lotfi Zadhe, harto de que su nombre se escriba casi siempre Lofti... En este orden de cosas, y en sugerentes aplicaciones al diseño de máquinas de funcionamiento no-binario, se encuentra el actual desarrollo industrial de la lógica borrosa.
Con todo, el principio de la borrosidad ha sido tomado por algunos como herramienta para dar sentido de las vastas zonas "imprecisas" que hay en la realidad de nuesto mundo, al margen del ámbito de la lógica y la matemática. Al hacerlo, se ha pretendido dar -y así se ha presentado- una supuesta alternativa budista a Aristóteles, es decir, al tradicional razonamiento teórico, binario y "exacto", de la lógica.
Al sacar de quicio la fuzzy logic se ha pretendido en algunos casos eliminar la nitidez de lo teórico, postulando sin más que todo es borroso. Es este un abuso que conviene señalar, al dirigirnos precisamente hacia el ámbito de la comunicación pública. El tratamiento racional de los rígidos ámbitos teóricos y técnicos en donde impera algún tipo de necesidad ni es el mismo ni se puede confundir con la específica racionalidad de los ámbitos prácticos, en los que se supone la libertad y, junto a ella, la regularidad. Que no se confunde con la necesidad. Como señalan Alasdair MacIntyre y Alejandro Llano, al pretender suplir los riesgos de la búsqueda de la verdad por las seguridades de la certeza, la razón política se ha desplazado del ámbito práctico, en el que se desarrolla la vida cotidiana, y se ha instalado en el territorio teórico.
En este sentido, se viene a decir que la alternativa lógica "A y no-A", o la separación entre "verdadero y falso", o entre "sí y no", dado que no encuentra su lugar prioritario entre los matices prácticos, tampoco lo tiene en el ámbito teórico. Pero un necesario progreso en el ámbito de la razón práctica no autoriza el error de prescindir de los términos absolutos propios de la lógica aristotélica, vigentes en los últimos veinticinco siglos de nuestra cultura. Cosa que hace Bart Kosko con el Fuzzy Thinking, y con un hipotético Fuzzy Future, al adscribirlos sin más a un (imposible) pensamiento absolutamente relativo.
No es aceptable plantear -como hace Kosko- la inmortalidad del ser humano a base de una gradual (fuzzy) transformación quirúrgica del cuerpo de las personas en chips digitales, empezando por el cerebro. No está mal la hipótesis como inquietante idea para el arranque de una película o una serie de televisión de "fantasía científica", pero sucede que, por ejemplo, y nos guste o no, las personas somos corporales, que no es lo mismo que decir que tenemos un cuerpo... No se puede hablar a la ligera, aunque sea en términos hipotéticos, de una presunta posthumanidad con cuerpos virtuales... Tampoco se pueden despreciar de plano estas aproximaciones imaginativas, porque en estos detalles aparentemente nimios, se pone en juego y a veces termina encallando la consideración racional -teórica y práctica- de cuestiones como la de nuestra inmortalidad. Lo mismo sucede con otros asuntos, cuando se tratan con estrictos prejuicios ideológicos en vez de con mentalidad científica y filosófica, precisamente en el ámbito de la comunicación pública.
Tres razones profesionales para hablar de comunicación borrosa
Los viejos medios de comunicación pública, como desde luego los nuevos, implican algunos rasgos de esta borrosidad. Se pueden ofrecer unas cuantas razones al respecto, pero la brevedad recomienda mencionar aquí sólo tres. En primer lugar, resulta razonable hablar de comunicación borrosa porque al dar cuenta de la vieja quimera de la objetividad periodística al modo científico o teórico y según sus aplicaciones técnicas, queda de manifiesto que los medios nunca podrán ser entendidos como estrictos signos formales que producen conocimiento inmediato. Los medios no funcionan cognoscitivamente al modo de los conceptos, en una presunta y estricta perfección significativa respecto de la realidad. Una cosa es que los datos simples que se incluyan (los resultados del fútbol, el precio del pan, la cotización del euro) no sean erróneos, y otra bien distinta empieza a ser ya el sentido que aporta su misma disposición tipográfica.
El margen de transparencia significativa de los medios es realmente mínimo: se puede pedir que las frases entrecomilladas puestas en boca de alguien, hayan sido efectivamente pronunciadas, pero lo que ya no se puede inocentemente suponer es que aquellas frases sean precisamente las más relevantes. Un mínimo de experiencia profesional advierte que lo serán quizá para el entrevistador, o para su redactor-jefe, pero probablemente no para el entrevistado. Los medios, si se quiere hablar en términos significativos, son signos instrumentales, como lo es la misma palabra humana: proporcionan conocimiento de la realidad, pero es un conocimiento mediato, porque lo que de modo inmediato hay ante nosotros son ellos mismos como tales medios interesados. Los medios no son ni pueden considerarse ni siquiera metafóricamente como signos formales, que reenvían a las cosas sin que tengamos noticia de ellos mismos, como sucede con los conceptos. Esto hace que la comunicación pública sea naturalmente borrosa.
En segundo lugar, este rasgo se agrava al referirnos al sentido práctico del periodismo y de la ficción cinematográfica porque, además de ser actividades significativamente instrumentales, en no pocas ocasiones se utilizan con pretensión de emborronar y confundir la ya abundante bruma ambiental, mezclando la verdad con la mentira. Nada mejor para expresar en su justa medida esta propensión mediática, sin tener que hacer alusiones explícitas a nuestro entorno, que unas palabras tomadas de un reciente relato de Ismail Kadare. Dice así:
"Los emisarios de antaño, por lo general ceñudos y sombríos como cuervos, fueron sustituidos por correos parlanchines, impacientes a toda hora por encontrar la ocasión de sentarse a charlar con los viajeros que encontraban de paso en las posadas.
No resultaba difícil imaginar que eran portadores de dos especies de relato: el verdadero, que ocultaban celosamente, y el falso, retazos del cual ponían al descubierto supuestamente de forma casual o simulando estar ebrios, durante las veladas en torno al hogar.
Aquella primavera las noticias falsas, tal como era de esperar, perjudicaron con frecuencia al adversario, pero no pocas veces sucedió también que sus propios autores acabaron siendo víctimas de ellas. Las rutas que conducían desde la capital turca hasta Venecia eran largas y llevar consigo la mentira y la verdad a un tiempo no resultaba tarea fácil. A veces la verdad, otras la mentira, goteaban destiñéndose la una a la otra, incrementando así la bruma del ambiente, que no era de por sí escasa aquel mes de marzo" (Tres cantos funebres por Kosovo, 1999, Alianza Ed., pp. 23-24).
Por último, cabe referirse aqui a una comunicación borrosa porque, de la mano de su progresivo carácter global y multicultural, se tiende a reconocer una función pública moralizante para los medios. No es sólo cuestión del "pensamiento único" que parece generalizarse cuando se toma el mercado como razón última y aparentemente natural, según denuncia, entre otros, Ignacio Ramonet. Es también cuestión de que en un sistema estricto de mercado, esta ideología neoliberal tiende a estabilizarse como nuevo Big Brother garante de la privacidad de las personas (The Economist, 1-V-1999). Con el riesgo que entraña la posibilidad de generar una progresiva mercantilización de la intimidad personal.
Cuando se radicaliza la razón mercantil técnica, se introduce una razón reduplicativamente borrosa en la comunicación pública. Entonces cabe el riesgo de que los principios que rigen la moral queden establecidos en estrictos términos económicos y en último caso políticos, de forma que este relativismo cultural parecería establecer que no hay acciones que, de suyo, sean injustas o malas. No hay que extrañarse cuando, admitido esto, el relativismo asoma entre los profesionales del periodismo, o la propaganda y las relaciones públicas, o entre los profesionales de la ficción y el entretenimiento. En estas profesiones, como queda dicho, se trabaja con asuntos situados en torno a la libertad de acción que nace al ver las cosas a la luz de la verdad. Y eso, suponiendo que hay profesionales que van más allá de la cómoda seguridad que trae consigo la certeza prometida por la razón mercantilista del "pensamiento único". Una certeza subjetiva que suele enarbolar como único método de trabajo la negociación pragmática, toda vez que se estima que la verdad es inalcanzable, a no ser que se trate de algo puramente convencional, voluntarista. A veces hay que rendirse a la evidencia de que algunos de los propietarios y algunos de los ejecutivos que trabajan en empresas de comunicación, no son profesionales de la comunicación, sino de los negocios, a secas.
Una iconología comunicativa capaz de dar sentido unitario de emociones y hábitos cívicos
En el segundo y tercer capítulo de este libro se estudian las virtualidades analíticas de una vieja y casi olvidada región del conocimiento llamada Iconología, inicialmente asociada al estudio de las imágenes artísticas en términos antropológicos, con especial detalle en las dimensiones sentimentales y habituales de la vida humana. La iconología resulta, en este sentido, un eficaz instrumento de trabajo para dar cuenta y razón de estas zonas vitales de la realidad, precisamente borrosas porque están llenas de matices significativos. Y puesto que es necesario disponer de herramientas y nociones capaces, primero de apreciar esos tales matices extremos, y luego de comunicarlos a terceros, la iconología aparece como un sistema de referencia, básicamente poético y estético, casi imprescindible en el empeño. Y es un sistema válido, porque la iconología permite dar razón de las dimensiones políticas y desde luego éticas que están en juego con la comunicación pública.
La "justicia poética" audiovisual es hoy, a tenor de lo que hay en las pantallas, más canalla con la dignidad humana que la justicia legal de innumerables países... De ahí que los pactos intelectuales y afectivos de acceso, estancia y salida que nos ofrecen los medios de comunicación tengan una especial relevancia. El "uso" que de sí mismos propician, por ejemplo, las películas o los programas de televisión, con ofertas de pactos corteses y amistosos de comunicación entre los mundos posibles ofertados y nuestro mundo personal, es tanto o más importante que su mismo contenido dramático y temático.
Nuestros días son aún demasiado intelectualistas y objetivistas, poco dados a los matices de la sensibilidad, en lo que tienen de tardo-ilustrados. Por eso figuran, casi en solitario, en los medios de comunicación pública, algunos sentimientos "duros" (así los llama Von Hildebrand) como "la ambición, el deseo de poder, la codicia o la lascivia. Por muy censurables que se consideren estos sentimientos desde un punto de vista moral, como no resultan proclives al sentimentalismo, se consideran algo grande, poderoso y viril. Esta es la actitud de los antiafectivos, que ven estos sentimientos como algo estéticamente impresionante y no como algo ridículo o desgraciado". Esto es una perspectiva comunicativa que aún resulta políticamente correcta, por término medio. Pero hay que convenir en que no es suficiente para dar razón verdadera de quiénes somos y de lo que hacemos y nos sucede con nuestra libertad, al pretender lograr lo que nos planteamos como felicidad. Ese lenguaje de sentimientos "duros" es aún, como diría George Orwell, "lenguaje político: diseñado para que las mentiras suenen como si fueran verdad y para dar apariencia de solidez al puro viento".
Aunque sólo fuera por razones de justicia poética algo más adecuada a nuestra dignidad, queda un hacedero camino por delante en los pactos de lectura, siguiendo viejos senderos de mayor alcance en el matiz de los sentimientos, hábitos y pasiones humanos. Lugares complejos y borrosos, que han resultado ser los transitados por los grandes y los clásicos de la narrativa o el drama, impreso, escénico o audiovisual. Hoy son aún escasos los literatos, periodistas o cineastas que se atreven a trabajar a fondo con matices que den razón de la específica riqueza de la sensibilidad humana personal y cívica. Algo que Von Hildebrand llama "tender", que se puede entender como "delicada", y que probablemente todos tenemos experiencia de que se manifiesta "en el amor en todas sus formas: amor paternal y filial, amistad, amor fraterno, conyugal y amor del prójimo. Se muestra al conmoverse, en el entusiasmo, en la tristeza profunda y auténtica, en la gratitud, en las lágrimas de grata alegría o en la contrición. Es el tipo de afectividad que incluye la capacidad para una noble rendición y en la que está implicado el corazón".
En este sentido, los medios de comunicación pública aun resultan burdos en exceso. Y si la verdad práctica propia de su trabajo tiene como condición de posibilidad el ajuste de lo dicho, mostrado, narrado o dramatizado respecto de la realidad humana de la que trata, la iconología viene a decirnos que -en lo que respecta a los matices, gradaciones y mezclas en la expresión y figuración de hábitos y sentimientos- como siempre, todo se juega en los detalles. También dice la iconología que, en este sentido queda mucho por hacer. Aunque sólo fuera, por ejemplo, hablar de nuestras venturas y desventuras cívicas con algunos de los rasgos léxicos que José Antonio Marina incluye para sus "tribus" motivacionales y sentimentales. Porque desde luego que no es lo mismo llamar "piedad" o "compasión" a la tristeza por el mal ajeno, ni tampoco es lo mismo llamar "despiedad", "insensibilidad" o "crueldad" a la falta de tristeza por el mal ajeno.
* * *
Una vez razonado el sentido unitario del contenido de los tres capítulos de este libro, pienso que el carácter específico de cada uno de ellos queda suficientemente explícito al observar el índice de sus epígrafes. Queda por decir que esos trabajos tuvieron una primera versión erudita y anotada, que ahora ha sido masivamente reescrita, con modificaciones y actualizaciones a veces sustanciales. El primer capítulo se publicó, bajo el título "Información y conocimiento", en J. Yarce (ed.), Filosofía de la Comunicación, Eunsa, Pamplona, 1987, págs. 111-149. El segundo se publicó, con el título "I codici simbolici nella comunicazione" en Fausto Colombo (ed.), I nuovi miti dell'informazione, Gutemberg 2000, Roma, 1988, págs. 104-122. Ambos tuvieron su primer inicio en sendos foros universitarios de debate, en los que tuve ocasión de discutir su contenido, entre otros, con Alejandro Llano, a quien debo no pocas ideas. La primera versión del tercero es más reciente, y fue escrito estando como Visiting Scholar en la Escuela de Cine, Teatro y Televisión de la Universidad de California en Los Ángeles. Bajo el título "Identidad e interpretación cinematográfica: umbrales para una lectura humanista de Brazil", encontró lugar en las páginas de la revista Comunicación y Sociedad, Vol. XI, 2, 1998, págs. 7-52.
Quede dicho que este libro no hubiera visto la luz sin la amable y paciente insistencia de José Martinez Echalar y Esperanza Melero, la minuciosa y sacrificada ayuda de Ruth Gutiérrez Delgado en el trabajo sobre los textos originales, y la amistad de Ricardo Bermejo y Jaime Nubiola.
Juan José García-Noblejas
Pamplona, 14 de febrero, 2000
SABER Y AUTORIDAD EN EL PERIODÍSMO: NO BASTA LA "AUSENCIA DE MALICIA"
1. La aventura de buscar conocimientos en la información
2. Información noticiosa e información informática
2.1. "Ideas, hechos y opiniones": noticias que tratan acerca de noticias
2.2. Entre opiniones y certezas morales
3. Información noticiosa y saber
3.1. Un recurso prematuroal ámbito de los saberes interdisciplinares
3.2. Carácter personal del saber comunicativo
3.3. Reportero y novelista: mismo asunto práctico, distintas técnicas
4. La información cognoscitiva
5. Información, periodísmo y verdad
5.1. "Wishful thinking" y "ausencia de malicia" en periodísmo
5.2. Decir y hacer con la información
5.3. La acción práctica de informar
6. La comunicación pública, circunloquio cognoscitivo
6.1. Carácter cognoscitivo de las ficciones y engaños en el Boston Globe
6.2. Periodísmo "balanceado" y saber correcto
ICONOLOGÍA AUDIOVISUAL:
CULTURA DE LA IMAGEN Y COMUNICACIÓN CÍVICA
1. La perspectiva de la iconología clásica: entre Ripa y Panofsky
2. Un marco para la iconología audiovisual
3. Iconología y sociedad de la información
4. La televisión y el "interés humano" según Van Gordon Sauter
5. Contar "hechos de interés humano" y crisis de la modernidad
5.1. Algunos rasgos de la "tardomodernidad"
5.2. Retos prácticos audiovisuales
5.3. Personas y personajes en una sociedad posmoderna
6. Modelos culturales y patrones iconológicos
6.1. Creatividad e identidad cultural. W. Shaphiro y el "alma de la nación"
6.2. La capacidad de adquirir capacidades
6.2.1. Un principio fijo de comportamiento
6.2.2. Diferencias entre máquinas y seres humanos
6.3. Iconología y facinación cultural
6.4. Peculiaridades culturales de la iconología audiovisual
6.4.1. Los personajes, "lazarillos" del lector o espectador
6.4.2. Abandonar los personajes al llegar ante el mito
6.4.3. Situación práctica de los espectadores
7. Dimensiones creativas en la iconología audiovisual
7.1. Creatividad y diagnosis social
7.2. La icinología y géneros expresivos de Robert Scholes
7.3. Retos de la originalidad
8. Un breve apunte iconológico a propósito del film "Thelma and Louise"
8.1. Algunjos supuestos para hablar de la "paz interna" como armonía de una película
8.2. Thelma and Louise: el sentido de u final fatídico en una historia de insolidaridad y amistad
8.3. La estructura profunda de las películas ante la identidad personal
8.4. Sentido poético y pacificador de la resolution hurtada o "final alternativo" de Thelma and Louise
ICONOLOGÍA Y VERDAD PRÁCTICA:
UNA INTERPRETACIÓN HUMANISTA DE BRAZIL
1. Contexto cultural narrativo
2. Cultura y entretenimiento
3. La "batalla de Brazil"
4. Umbrales culturales de recepción
5. "8:49 p.m. Somewhere in the 20 Century"
6. Distinguir entre apariencias y realidades
7. Identidad personal e interpretación cinematográfica
8. Redescubrir con pasión los bienes propios del cine
9. Coda simbólica de Brazil
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