La autora que ha recibido el premio Nobel de Literatura de este año, Herta Müller, no es excesivamente popular, famosa o conocida en ámbitos que vayan más allá de los expertos en literatura.
Y -como bien dice Alejandro Navas- tal y como están las cosas, la causa de la libertad necesita que
sus valedores no se cansen de levantar la voz en su defensa.
Por eso,
estamos en deuda con Herta Müller, también en las democracias
occidentales.
Este es el texto de Alejandro:
Del 14 al 18 de octubre se ha celebrado la Feria de Frankfurt, la más importante del mundo con sus 400.000 libros presentados por 7.000 editoriales de cien países. Constituye, por tanto, una oportunidad privilegiada para tomar el pulso al mundo del libro.
Este año se ha dado, además, una feliz coincidencia, no prevista por los organizadores: la elección de China como país invitado con la concesión del premio Nobel a Herta Müller. Los méritos literarios de la escritora rumano-alemana parecen indudables, y aunque no era una favorita de primera línea en los pronósticos, su designación ha sido bien recibida por la crítica.
Se ha destacado el doble carácter de esa elección, literario y político, en el vigésimo aniversario de la caída del muro de Berlín y del comunismo europeo en general. La biografía de Herta Müller impresiona y conmueve, y testimonios como el suyo nos hacen mucha falta para que no olvidemos lo que significa la opresión de las libertades más elementales. Veinte años no son muchos, pero pueden bastar para que mucha gente, de modo especial la más joven, deje de apreciar lo que significa la libertad: como tantas veces en la vida, uno aprende a valorarla cuando la pierde.
Lo peor de la Rumanía de Ceaucescu -y de cualquier otro régimen totalitario, pues en este punto no hay multiculturalismo que valga y todos parecen cortados por idéntico patrón- no eran las represalias físicas, los interrogatorios humillantes y agotadores o la pérdida del puesto de trabajo. Lo más temible resultaba el terror psicológico, que podía revestir formas brutales o presentarse como amedrentamiento cruel y sutil: Herta Müller cuenta, por ejemplo, de una piel de zorro que decoraba el suelo de su casa en Temeswar. Esbirros de la Securitate allanaban la vivienda a escondidas y fueron cortándole sucesivamente la cola, las patas y, finalmente, la cabeza. El mensaje estaba claro: una vivienda particular no ofrecía seguridad alguna frente a la maquinaria represora.
El paralelismo con China salta a la vista. También se han cumplido ahora veinte años de la represión estudiantil en la plaza de Tianamen, suceso que el gobierno chino ha eliminado del debate público. Tanto los organizadores de la Feria como las autoridades presentes en la inauguración, encabezadas por la canciller Angela Merkel y el vicepresidente Xin Jinping, han pasado de puntillas sobre ese avispero, para no molestar al invitado. “La Feria no es la ONU”, declaraba su director, Jürgen Boos.
El país más poblado del mundo sigue gobernado por un régimen que no ha abjurado de su condición comunista, y la apertura al capitalismo, incluso al más salvaje en algunas de las regiones meridionales, no ha traído consigo la libertad de expresión o la democracia, como estaba previsto por los analistas: la libertad económica tiraría de modo inexorable de la libertad política. El modo en que el gobierno está castigando a los “culpables” del levantamiento uigur de julio pasado en la región de Xinjiang -condenas a muerte tras juicios sumarios-, mientras evita cualquier debate en torno a las causas de esos desórdenes, es bien representativo.
El experimento chino está lejos de haber concluido, por lo que puede resultar prematuro formular juicios definitivos, pero hasta el momento predominan los motivos para la inquietud. Por ejemplo, los intentos del gobierno por controlar la circulación de noticias y mensajes a través de Internet constituyen un caso único en el mundo, por lo descomunal del propósito y la enormidad de las dificultades técnicas, pero eso no arredra en lo más mínimo a los censores.
La policía de Internet aumenta sus efectivos, y como aun así no da abasto, en la mejor tradición comunista estimula el colaboracionismo de los particulares, que reciben una gratificación económica por la denuncia de páginas inconvenientes o “antipatrióticas”. No menos patético resulta el papel desempeñado por los grandes portales y compañías de software occidentales, que olvidan con facilidad los principios a cambio de la benevolencia del gobierno chino y la expectativa de suculentos beneficios en el mercado más grande del mundo.
Algunos críticos venían reprochando a Herta Müller el carácter excesivamente monotemático de su creación literaria: –Ya está bien de tanto trauma debido a la opresión de un régimen despótico, la autora debería cambiar de registro y ampliar su repertorio, venían a decir.
En términos estrictamente literarios puede tratarse de una crítica pertinente, pero la causa de la libertad, siempre tan frágil y amenazada, necesita que
sus valedores no se cansen de levantar la voz en su defensa. Por eso,
estamos en deuda con Herta Müller, también en las democracias
occidentales.
[Id. DN]