Hace unos días leí el artículo Los intelectuales se pudren, de Álvaro Delgado-Gal, en la tercera del diario ABC. Y no tuve ocasión de referir su contenido ni de hacerle una pequeña apostilla, un leve comentario. Con la autoironía propia del caso, Delgado-Gal dice -y no sin razones históricas para hacerlo- que el intelectual es una especie en extinción:
(...) una subespecie adscrita al taxón homo sapiens. Los intelectuales languidecen por lo mismo que vino a menos la cabra del noroeste o amenazan con tomar las de Villadiego el lince y el quebrantahuesos. Sencillamente, los intelectuales se han quedado sin entorno: los nichos en que acostumbraban a desenvolver su existencia se han visto expuestos, durante los últimos tres o cuatro decenios, a un erosión insistente, progresiva, y probablemente irreversible (...)
(...) A lo largo de los cincuenta, de los sesenta, incluso durante la primera mitad de los setenta, los intelectuales solían ser de izquierdas. No necesariamente, por supuesto. Pero lo más frecuente es que estuvieran situados a babor, en alianza explícita o implícita con el Partido Comunista. Esto era por entero natural (...)
(...) En 1844, [Marx] (Introducción a la crítica de la filosofía hegeliana del derecho) escribió: «Así como la filosofía averigua sus armas materiales en el proletariado, el proletariado encuentra sus armas intelectuales en la filosofía... La filosofía es la cabeza, el proletariado, el corazón»
A lo largo del tiempo, los intelectuales habían desempeñado funciones varias: la de apologistas al servicio de la Iglesia, la de humanistas o poetas en la corte del príncipe, la de bohemios y malditos en las grandes metrópolis europeas del XIX.
El marxismo les propone un papel mucho más prometedor: el de parteros de la Historia, que halla en ellos un vehículo y, a la vez, un heraldo, un oráculo (...)
(...) En este mundo, regido por las leyes de la oferta y la demanda, florecen cantantes, estrellas de la televisión, y políticos con glamour escénico. El intelectual, con su pesada prosopopeya, con sus barbas de patriarca, se ha convertido en un trasto y un pelma. Así, señores, hemos acabado los del gremio. Llegada la democracia a plenitud, desatadas las libertades, el intelectual ha descubierto que su color no es el rojo auroral que pronosticaban los libros proféticos sino el sepia de los celuloides rancios (...)
Conviniendo con lo dicho por Álvaro Delgado-Gal, quisiera añadir que personalmente entiendo que el intelectual, además de poder ser visto en plan gramsciano como un personaje "orgánico", dependiente de una ideología, o incluso de una doctrina filosófica o una fe religiosa, también puede ser considerado según esa poderosa y extraña cualidad que -en principio- debería adornar -por encima de otras- a todos los que reciben y asumen el calificativo de intelectuales: el amor a la verdad (también con mayúscula) y el interés por cualquiera de sus manifestaciones.
Según lo dicho, el que en esta viñeta ofrece el ahorro del viaje hacia la verdad por un dólar es el personaje que -como cínico o, mejor, escéptico o relativista, está "de vuelta" de la verdad y, dando a entender que no hay tal cosa, la malbarata, y la ofrece como algo que no vale la pena, como un timo.
Es el personaje que hoy circula por los caminos donde también suelen transitar los intelectuales. Como el que interpela al otro personaje de la viñeta que circula en sentido opuesto y -esperemos- hace caso omiso de semejante oferta.
No es que se haya perdido el contexto histórico, como razona Álvaro Delgado-Gal. Es que se ha perdido el interés y el deseo y el amor por la verdad, aunque el contexto del camino que se transita (universitario, científico, comunicativo, cívico, sapiencial, etc.) sea para ambos personajes el mismo.
Los intelectuales son siempre necesarios en la sociedad. Aunque a veces sólo parezcan servir para hacer (malos) chistes sobre ellos.