Edith Stein es co-patrona de Europa desde diciembre de 1999, nombrada por Juan Pablo II. Su memoria como santa se celebra el 9 de agosto en la Iglesia Católica.
Hoy se publica un interesante artículo del historiador Antonio R. Rubio Plo (Edith Stein: Otro modo de entender Europa, la Libertad y el Amor), del que conviene leer algunos párrafos, por su actualidad, recogidos un poco más abajo.
Un somero esbozo biográfico puede encontrarse en Edith Stein: judía, filósofa, carmelita, mártir.
Así comienza el artículo de Antonio R. Rubio:
Europa
nunca se ha considerado tan libre como en el tiempo presente, pero
también podría decirse que esta cúspide de libertad, de la que se
enorgullece la Europa poshistórica, conlleva a la vez un agotamiento o
un vaciamiento de la misma idea de libertad.
La libertad se ha
fosilizado en un sinónimo de permisividad. Carece de contenidos
específicos porque quiere contenerlo todo en sí misma. No conoce
límites ni en su percepción divisa ningún horizonte. Alguien podría
decir que puede confundirse con la arbitrariedad y el capricho, pero
quien hiciera esta observación, se encontraría con esta casi segura
respuesta: la única arbitrariedad es la procedente de las coacciones
externas y del autoritarismo. Es más: el ser humano no será plenamente
libre si no se aleja radicalmente de los dictados de religiones,
filosofías o de la propia conciencia.
Sin embargo, a otros esa idea de
la libertad nos deja cierto sabor amargo y reseco porque si adoptamos
esta mentalidad, la de la libertad frente a todo y a todos,
inevitablemente nos dejaremos arrastrar por actitudes violentas aunque
sólo sean verbales o de pensamiento. Tenderemos a ver en otras personas
a los enemigos de nuestra libertad, pues tienen intereses o aficiones
diferentes de los nuestros.
El mundo de la libertad sin ataduras se transforma en el reinado de la sospecha y la desconfianza. La libertad así entendida no guarda relación ni con la solidaridad ni con el amor. Nos hace creer que Sartre no andaba muy descaminado al proclamar que “el infierno son los otros”. Este es el resultado de una libertad abandonada a sus propias fuerzas. Termina por naufragar aunque algunos prefieren hundirse con una sonrisa de satisfacción en los labios.
Estas consideraciones son un intento de comprender por qué santa Teresa
Benedicto de la Cruz, también conocida como Edith Stein, fue designada
patrona de Europa por Juan Pablo II. Quien conozca la vida de aquella
filósofa judía, que llegó a ser monja carmelita, tendrá que admitir que
la palabra “Europa” se empobrece si la entendemos como una especie de
isla en la que reina una libertad sin límites. Judaísmo, cristianismo y
filosofía marcaron la existencia de esta santa que compartió el destino
de su pueblo en Auschwitz el 9 de agosto de 1942.
Toda su formación intelectual está plenamente arraigada en el espíritu originario de Europa, un espíritu que ahora intenta arrebatar una civilización que pretende partir de cero, que aborrece el pasado y no quiere saber nada del futuro, y que ha dado la espalda no sólo a la fe sino también a la razón, aunque irónicamente pretendiera construir el reinado absoluto de la razón en el mundo. (...)
Edith Stein sabía muy bien que el amor y la verdad no son incompatibles. Su interés por la filosofía la llevaba necesariamente a la búsqueda de la verdad, sin caer en esos juegos formales o lingüísticos que practicaron algunos pensadores de su tiempo. Pero al final la verdad filosófica le pareció algo incompleto. Tenía que dar el salto a la trascendencia.(...)