Jaime Nubiola vuelve a asomarse en las anotaciones de Scriptor, esta vez con un texto sobre un evento del que todos tenemos noticia: la famosa escena de Obama, el Vicepresidente y los protagonistas de una noticia que ha dado la vuelta al mundo, en tonos de racismo o violencia policial, o de simple curiosidad veraniega.
Sólo quisiera añadir un detalle a lo que dice, puesto que no deseo ni destripar ni comentar su artículo (salvo mostrar mi acuerdo con el contenido y el agradecimiento por la publicación).
El detalle consiste en hacer notar que del evento de las cervezas a la sombra del magnolio de la Casa Blanca hubiera pasado casi desapercibido si no fuera por las fotografías. Hasta el punto de hacer pensar qué fué primero: la cerveza o las fotografías, porque no cabe dejar de pensar en el trabajo imprescindible de "puesta en escena" por parte de la Oficina de Comunicación del "Ala Oeste" de la Casa Blanca.
Este es el texto de Jaime Nubiola:
"En Argentina también tuvimos campos de la muerte...", me escribía hace algún tiempo una brillante profesora platense al leer mi primer artículo en El Pulso Argentino en el que decía que, cuando se deja de pensar, aparece ineludiblemente a medio plazo la barbarie, la violencia, el imperio brutal de la fuerza, y ponía algunos ejemplos de otros países.
Benedicto XVI recordaba en Aosta el pasado domingo precisamente que "los campos de concentración nazis, como cualquier otro campo de exterminio, pueden ser considerados símbolos extremos de maldad". Y añadía que son un símbolo del "infierno que llega a la Tierra cuando el hombre olvida a Dios y lo reemplaza, usurpando su derecho a decidir entre el bien y el mal para otorgar la vida y la muerte".
Al leer estas graves palabras que me dejaron pensando, acudía a mi memoria, como en contraste, la amigable escena -que difundieron todas las televisiones del mundo el 30 de julio- del presidente Obama y el vicepresidente Biden tomando relajadamente unas cervezas en el jardín de la Casa Blanca con el profesor de Estudios Africanos de Harvard Henry L. Gates y el sargento de la policía de Cambridge James Crowley, que le había arrestado en su casa diez días antes. Es bien conocida la historia: Gates regresaba a su casa después de una temporada en China y se encontró la cerradura estropeada. Al verle forzar la puerta, una vecina llamó a la policía. Al pedirle el sargento Crowley que se identificara, estalló una agria discusión entre los dos que acabó con la detención del profesor por "perturbar el orden público". El incidente no terminó aquí, pues cuando al término de una rueda de prensa Obama fue preguntado sobre el asunto respondió que la policía había "actuado estúpidamente" al arrestar al profesor Gates que había demostrado estar en su propia casa.
Es difícil imaginar el espacio que este hecho ocupó en los periódicos y las televisiones de los Estados Unidos por sus implicaciones raciales: tanto el profesor universitario como el presidente son negros, mientras que el sargento de la policía es blanco. Obama rectificó diciendo que se había equivocado al elegir las palabras para calificar el incidente y añadió que los problemas de este tipo podían resolverse charlando juntos mientras se tomaba unas cervezas. "Nadie excepto Barack Obama podría haber pensado en reunirnos a nosotros", dijo el profesor Gates en una entrevista. "Lo que ha habido hoy es dos caballeros que están de acuerdo en estar en desacuerdo sobre una cuestión particular", explicó el sargento Crowley.
Acudieron separados con sus respectivas familias a las que se les ofreció un tour conjunto por la Casa Blanca mientras se desarrollaba la "cumbre de las cervezas" bajo el magnolio frente a la Sala Oval. Cuando se reunieron con Obama, los dos contrincantes se habían dado ya la mano e incluso dijeron al presidente que habían comenzado a hacer planes para comer juntos un día.
La prensa prestó mucha cobertura al encuentro. Sabemos hasta las marcas de las cervezas que bebieron: Bud Lite el presidente, Blue Moon el sargento, Sam Adams Light el profesor y una Buckler sin alcohol el vicepresidente. Comieron cacahuetes y pretzels. Me llamó la atención la diversidad de los gustos personales y el respeto a las diferencias de cada uno. Quizás en otro país se habría ofrecido a todos la misma cerveza que se servía al presidente o quizás habría bastado con una excelente Quilmes bien fresca para todos.
Lo realmente impactante es que en ese encuentro, que duró cerca de una hora, no se pidieron perdón el uno al otro, sino que -además de beber cada uno su cerveza- lo que hicieron fue escucharse, dialogar tranquilamente. "Estoy agradecido al Professor Gates y al Sargento Crowley por reunirse conmigo en la Casa Blanca, para una conversación amistosa y profunda. Incluso antes de que nos sentáramos para tomar la cerveza, me dijeron los dos caballeros que habían invertido ya algún tiempo juntos escuchándose el uno al otro, lo que es una prueba para ellos", explicó Obama en su comunicado oficial.
Esta es realmente la enseñanza importante que Obama quería hacer ver a los ciudadanos norteamericanos y a todo el mundo. Cuando los seres humanos nos escuchamos unos a otros estamos comenzando a respetarnos, pues estamos empezando a tratarnos como personas. Cuando nos escuchamos recíprocamente expresamos con nuestra actitud que estamos al menos de acuerdo en que nuestro desacuerdo particular no puede llegar jamás a la violencia, al abuso o a la imposición unilateral. El hecho de tomar juntos unas cervezas "brinda a la gente la oportunidad -decía Obama en una rueda de prensa- de escucharse unos a otros".
Me parece que tanto en España -que conozco más de cerca- como en Argentina -a la que tanto aprecio- hemos de tomar muchas más cervezas para aprender a escucharnos unos a otros. La batalla contra el mal y contra la brutalidad comienza ahí, en la escucha y el diálogo que se hacen más amables al compartir unas buenas cervezas. Esta es -al menos para mí- la lección de "la cerveza de la Casa Blanca": escucha mutua, diálogo cordial, más cerveza.
[En El Pulso Argentino]