
Casi todo el mundo sabe que ha sido Benedicto XVI quien ha puesto de moda, por así decir, la cuestión del relativismo en la cultura de nuestros días. Quizá por esta razón, se suele pensar que el relativismo es un asunto que sólo afecta a cuestiones de tipo "religioso", moral, etc. Y tal cosa no es cierta.
Así lo ha expuesto el prof. Rodríguez-Luño, con ocasión del congreso UNIV 2009, en un texto que resulta de mucho interés para quien quiera conocer verdaderamente algunas implicaciones antropológicas, políticas y comunicativas del relativismo teórico, y sus aparentes motivaciones teóricas y éticas (Descargar documento .pdf: Relativismo).
No es cuestión de que se hable del relativismo como del problema central que la fe cristiana tiene que afrontar en
nuestros días. Más bien cabría decirlo precisamente al revés: siendo el relativismo lo que es -como posición ante la realidad-, no es de extrañar que también resulte un problema para la fe cristiana. De entrada, esto advierte el prof. Luño:
Está en juego un problema mucho más hondo y general, que se manifiesta primariamente en el ámbito filosófico y religioso, y que se refiere a la actitud intencional profunda que la conciencia contemporánea —creyente y no creyente— asume fácilmente con relación a la verdad.
La referencia a la actitud profunda de la conciencia ante la verdad distingue el relativismo del error. El error es compatible con una adecuada actitud de la conciencia personal con relación a la verdad.
La filosofía relativista dice, en cambio, que hay que resignarse al hecho de que
las realidades divinas y las que se refieren al sentido de la vida humana, personal y social, son sustancialmente inaccesibles, y que no existe una única vía para acercarse a ellas.
Cada época, cada cultura y cada religión ha utilizado diversos conceptos, imágenes, símbolos, metáforas, visiones, etc. para expresarlas. Estas
formas culturales pueden oponerse entre sí, pero con relación a los objetos a los que se refieren tendrían todas igual valor. Serían diversos modos, cultural e históricamente limitados, de aludir de modo muy imperfecto a unas realidades que no se pueden conocer.
En definitiva, ninguno de los sistemas conceptuales o religiosos tendría bajo algún aspecto un valor absoluto de verdad. Todos serían relativos al momento histórico y al contexto cultural, de ahí su diversidad e incluso oposición.
Pero dentro de esa relatividad, todos serían igualmente válidos, en cuanto vías diversas y complementarias para acercarse a una misma realidad que sustancialmente permanece oculta.
En un libro publicado antes de su elección como Romano Pontífice, Benedicto XVI se refería a una parábola budista. Un rey del norte de la India reunió un día a un buen número de ciegos que no sabían qué es un elefante.
A unos ciegos les hicieron tocar la cabeza, y les dijeron: “esto es un elefante”. Lo mismo dijeron a los otros, mientras les hacían tocar la trompa, o las orejas, o las patas, o los pelos del final de la cola del elefante. Luego el rey preguntó a los ciegos qué es un elefante, y cada uno dio explicaciones diversas según la parte del elefante que le habían permitido tocar. Los ciegos comenzaron a discutir, y la discusión se fue haciendo violenta, hasta terminar en una pelea a puñetazos entre los ciegos, que constituyó el entretenimiento que el rey deseaba.
Este cuento es particularmente útil para ilustrar la idea relativista de la condición
humana. Los hombres seríamos ciegos que corremos el peligro de absolutizar un conocimiento parcial e inadecuado, inconscientes de nuestra intrínseca limitación (motivación teórica del relativismo). Cuando caemos en esa tentación, adoptamos un comportamiento violento e irrespetuoso, incompatible con la dignidad humana (motivación ética del relativismo).
Lo lógico sería que aceptásemos la relatividad de nuestras ideas, no sólo porque eso corresponde a la índole de nuestro pobre conocimiento, sino también en virtud del imperativo ético de la tolerancia, del diálogo y del respeto recíproco.
La filosofía relativista se presenta a sí misma como el presupuesto necesario de la democracia, del respeto y de la convivencia.
Pero esa
filosofía no parece darse cuenta de que el relativismo hace posible la burla y el abuso de quien tiene el poder en su mano: en el cuento, el rey que quiere divertirse a costa de los pobres ciegos; en la sociedad actual, quienes promueven sus propios intereses económicos, ideológicos, de poder político, etc. a costa de los demás, mediante el manejo hábil y sin escrúpulos de la opinión pública y de los demás resortes del poder.
Los razonamientos y argumentaciones de Rodríguez Luño siguen a continuación (.pdf: Relativismo) refiriendo y analizando los problemas y contradicciones del relativismo, de tal modo que queda de manifiesto que la cuestión de la verdad no es precisamente algo que limite o restrinja nuestra libertad, porque -como bien dice-
“Las tesis especulativas no son ni fuertes ni débiles, ni frías ni calientes, ni progresistas ni conservadoras, ni buenas ni malas. Son simplemente verdaderas o falsas.”
Y esas tesis especulativas verdaderas son necesarias como referencia, no para "deducir" nada de ellas, sino para "decidir", para tomar decisiones en el ámbito de la verdad práctica, en el que se mueven las cuestiones de comunicación, con sus dimensiones éticas, políticas, estéticas, retóricas y poéticas.